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Bellum, a D+16 del primer estacionario.

Puede decirse, mi querido camarada, que la vida de trincheras ahora se centra básicamente en eso: en bailar con jabalís, metáfora del «bailando con lobos» protagonizada de forma magistral por Kevin Costner.

Por tales nos referimos a algunos ejemplares peculiares, por supuesto, de dos patas. Suelen bajar a la trinchera cuando hay algún mandado, algo les asusta o en general, cuando no hay nada mejor que hacer. Predominan los de sexo masculino, si bien hemos podido identificar también algunas hembras de dicha especie.

Es el jabalí un bello animal. Orgulloso de serlo, mozo o moza delantero, esto es, de mediana edad o incluso avanzada (aunque no siempre es así), curtidos en la escuela de la vida, resistentes al frío y en general, a todo lo adverso.

Mirada desconfiada, siempre un colmillo del maxilar inferior a la vista, arropando el labio superior. Esto define fuertemente la personalidad jabalina. Reñido por siempre con el agua y algunas técnicas modernas de «aclarado», por lo que su presencia la detecta cualquiera en la trinchera, por muy novato que sea o dormido que se encuentre.

Comportamiento peculiar: entra derecho, enfila y devora la distancia hasta el puesto de guardia, como si un mañana no hubiese. En su versión más avanzada esboza un «…dias», para el cuello de su fatigada camisa, y en menos que canta un gallo se encara con el primer centinela, que debe esperarle con el arma cargada, media sonrisa y algún requiebro sacado del santoral, del tiempo, la fiesta cercana o del algún refrán que por contexto se tercie.

Tiene claro lo que quiere, y si hay suerte, lo dirá de tirón y en una sola frase. Debe por ello el centinela debe estar más que vivo. Repetirlo no entra dentro de sus planes. Si no queda claro, que a veces ocurre, apuntar a la cabeza y deslizar suavemente la pregunta, no sea que le incomode el sondeo….con suerte, aclara el asunto. Habla seguro y a mayor volumen, porque el jabalí es genéticamente sordo y algo testarudo, aunque eso va detrás.

Debe el centinela novato andarse con tiento. Templar a lo torero.  Nada de palabrejas raras, y prohibido el inglés o todo lo que no pueda terminarse con «cagüen», «y eso» o «pos eso». Nada de vocablos técnicos o se batirá en retirada, si no es que se prepara para embestir.

Calma y temple, querido novato. Mírale a los ojos. Y desliza de nuevo tu pregunta. Despacio. Con palabras claras. Deja de lado el exceso de educación. Ya sabemos todos que eres un tipo formado en el corps del Imperio, pero eso poco importa. Lo que importa es que te entienda como si fueses de su camada.

Dale lo suyo, sea lo que sea.  Saluda levemente y da paso al siguiente. Verás como desfila satisfecho, de media vuelta, buscando la salida. Tranquilo y orgulloso por su paseo triunfal por la trinchera. A la vez, tu habrás ahorrado munición, acaso un problema «por ná»  y podrás seguir oteando tu horizonte, a la espera de la siguiente andanada.

Te prevengo: nada de contrariar, decir que «no», o «que no se puede». Nada de «debe haber»: tiene que haber, que te quede claro, mi joven soldado. Si trae la carta, léela con atención y traduce el contenido. Como para tu sobrino de tres años. Un refrán a tiempo o un guiño cómplice asintiendo lo que sea que diga hará que coma de tu mano.

Si no puedes manejar la situación, llama al Capitán. El jabalí agradece hablar siempre con el soldado de mayor rango, porque ello le iguala al rango de capitán de jabalís.

Si llevas un palillo en la boca, te ríes con estrépito o sueltas hábilmente la muletilla que aplica al caso, eres máster emérito para él. Si hablas a media lengua y a voces, eres de los suyos. Consigue como sea que te vea como parte de su paisaje o paisanaje.

Pero un mal paso y te embiste. Tenlo muy claro.  Y no hay peor cosa, como todo el mundo sabe, que un jabalí herido. Porque el que sabe de heridas y dolor está facultado para embestir. Y sabe por qué lo hace. Aunque no sean tus balas las que le dejaron maltrecho. Sabe incluso que en el desenlace puede salir peor que herido. Aún así, no dudará, así que carga y… prevenido.

Fuera de la trinchera, saluda a buen volumen, que se vea que estás, tómate el café en la barra, invita «cuando te toque» (no antes), y la comunidad jabalina te adoptará como una parte más del paisaje.

En el peor de los casos, no te verá como un enemigo o algo que se puede embestir porque sea una amenaza.  Saluda aunque no conozcas (ellos a ti sí, o les han hablado de ti por el canal macuto de onda corta) y pasa lo más desapercibido posible, aunque vayas uniformado.

Sobrevive a este tiempo extraño, y a pesar de todo, aprende y disfruta…bailando con jabalís.

Extraído del diario personal del soldado Cadepo.