Antes de apuntar el alba, sin que el frío ni el viento nos distraigan, admiramos a sentidos llenos la belleza singular de Invernia.
Blanco imperturbado por cualquier lugar de su ser, la naturaleza adormecida, la voluntad paralizada y la sensación penetrante de que el tiempo se ha detenido sin posibilidad de retorno.
Es así de verdad, lo siento así. Si no fuera porque vivimos en un universo paralelo de prisas, apreturas, velocidad, humo y ruido. Por estas latitudes, esa velocidad vital no impide pausar y detenerse, para volver a quedarse con la boca abierta, mirando fijamente los ojos de Invernia y su mueca traviesa en su fría mejilla. A volver a sentir el frío que nos hace olvidar el calor del hogar recién abandonado, con la promesa de volver pronto a él.
Hoy la jornada se barrunta complicada: nieve, hielo, tráfico denso. Detenidos casi al comenzar, el comando permanece parado. Un sinfín de vehículos nos preceden, y avanzan perezosos. Hasta que comprobamos que se desvían, y seguimos en un carril helado, virgen, sin nada ni nadie por delante. Llegamos a IJ casi desamparados.
Tres unidades de otra trinchera, Junior y Cadepo. Alguno de ellos sugiere (casi ordena) una ruta alternativa. Parece que hay problemas con un camión que se ha cruzado, por lo que recomienda cambiar. El piloto la sigue, no muy convencido. Más y más nieve, y rezando para que el grosor no crezca y el hielo no sacuda nuestro vehículo como si fuera una marioneta. Tras el segundo pueblo, optamos por volver. No es seguro seguir, y nadie tiene el arrojo o la osadía de relevar al piloto, que estima una retirada como mejor salida.
Una retirada a tiempo que se convierte en victoria. Llega la «pala» en sentido contrario, y lejos de aminorar su marcha, avanza y nos entierra en nieve. Literalmente. Listado de improperios. Tras despejar un poco, seguimos de retirada, hasta llegar a IJ. Un café y búsqueda de noticias sobre tráfico y nieve. Llega Cator, temblando como un cachorro, después del susto, al cruzarse una furgoneta a sus doce en punto, delante de sus narices. Lo ha esquivado de milagro.
Reanudamos el trayecto inicial, que jamás debimos dejar. Tráfico y más nieve en Goose Mountain. De nuevo Invernia nos mira a los ojos, con su tranquila melancolía de naturaleza dormida. Un rosario de vehículos para pasar el puerto. Y el comando detrás, ahora en dos vehículos. Junior y Cadepo van con Cator, que se va tranquilizando.
Cinco horas después de lo establecido, llegamos a Bellum. Sólo son 45km desde la base, pero que se han hecho más eternos que nunca. Sin duda cansados por la tensión, pero satisfechos por haber llegado, a pesar de lo ocurrido. Como premio, cargar…y a la trinchera.
Hoy la jornada será larga, por no hablar de nuestra preocupación por el retorno cuando la luz del día agonice. A pesar de su belleza, Invernia es una bella a temer cuando el sol se oculta, y estamos lejos de casa.
Sin afán de una vanidad fuera de lugar, Cadepo comenta que no ha sido para tanto. Quizá no tenga razón, pero sin duda, la veteranía muestra su peso en pensamientos como este. Como diría su abuelo, «no va a haber rayo que lo parta, jodido Cadepo».