Hoy era la fecha señalada. Desembarco profesional en Polonia, el dia señalado, a la hora convenida, en la oficina de referencia.
Uno a uno los nuevos compañeros llegan: saludos, buenas intenciones, algunos consejos y algunas preguntas. Entorno cordial donde lo haya.
Se despejan algunas dudas y de repente, sin bautismo formal, me encuentro en la ventanilla. Menos mal que Joshua está detrás y me dirige. Sin saber muy bien, realizo algunas transacciones «básicas». Parece que no he roto nada, aunque me percato que la cola crece. ¿Seré yo? Montilla viene y amablemente me pide que le ceda el sitio. Así lo hago, y oportunamente Bart me invita a desayunar.
Demasiado perfecto. El Imperio me aguarda con una sorpresa: traslado de oficina, «que yo mismo solicito», como dice el papel. Nueva oficina en territorio comanche (de verdad). Nuevos saludos y buena acogida. Entrevista informal, charla, gestión de claves…ya sabemos lo que es esto. Colaboro en algunas operaciones rutinarias. Y un mensaje claro: se espera mucho de mi, porque soy una persona muy formada. Esto suena a «…de cada cuál según su habilidad, y a cada cuál según su necesidad». En dos meses deberé poder asumir el puesto del compañero que justamente se retira. ¿Es esto un deja-vu? Creo haberlo vivido antes.
Lo peor: la vuelta a casa, 37 grados y mucha mucha humedad. Llego hecho una sopa después de un paseito de 20 minutos. Y la sensación de inutilidad del manzanillo. Maldigo la idea de cambiarme de lugar, toda vez que ahora estaba bien posicionado desde casa. Volveremos a la carga mañana, con «fuego real».