Jamás hubiéramos imaginado algo así y en nuestras mismas barbas, en plena trinchera. Pero lo cierto es que nuestra malquerida María Choni tiene querencia a lo ajeno, y lo toma con rapidez y naturalidad.
Todo sucedió el otro día, mientras el señor Rosendo se afanaba con sus libretas. El hombre quería una suma de cada una de ellas, e iba ordenando las cantidades en la libreta oportuna. Como uno sólo tiene dos manos, dejó un momento su cartera sobre el mostrador. Sin percatarse de que María Choni y su amiga estaban a menos de un metro.
Saludamos al señor Rosendo, y salió de la oficina. A los pocos segundos entró sudoroso, diciendo que le habían quitado la cartera. Diligente, salí con él a la calle, y realizamos un barrido de la acera, palmo a palmo y papelera a papelera. Nada. Cuando finalizaba la inspección, una voz me llamó más atrás. Era Flippo, que venía con la cartera en la mano.
«Estaba en el mostrador», decía. «Imposible», repliqué: «he revisado el mostrador, el suelo y las áreas aledañas. No había nada, Flippo». Al instante, María Choni y compañía abandonaban el lugar.
Según el testimonio de otro cliente, habían tomado la cartera al descuido, mientras estábamos pendientes del señor Rosendo y su lío de cartillas. Al comprobar que lo principal no estaba en la cartera, optaron por volver a dejarla en el mostrador.
Extrañas habilidades de estas criaturas, que un día reparten porquería urbi et orbi, cuál amante despechado, y al día siguiente le preparan un roto a un semejante, ante tus narices, y con la mayor de las desvergüenzas. Aún tendrán razón, verdad o justicia: lo hemos de ver.
Comentado con el Capitán, le informé del asunto…. y de que María Choni tendría poco que rascar en adelante. Por mis barbas.